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shakuhashi

Con-Formarse

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Un tópico: me gusta ver atardecer.

Pero es que de verdad que me gusta. Como a todo el mundo, creo.

Lo que pasa es que me gusta ver como se muere el día, pero no disfruto nada de la melancolía que suele llevar aparejada, ni de los pensamientos grises oscuros que se me suelen ocurrir a esa hora.

Eso de pensar no es una ocupación divertida. A lo mejor por eso los domingos ocupan tantas personas sus cerebros con el fútbol (un beso a los que les gusta el futbol) o a lo mejor por eso los "jóvenes" de detrás de mi casa ponen tan fuerte sus coches-discotecas, y a lo mejor por eso son tan populares los locales donde siempre la ¿música? está unos cientos de decibelios mas fuerte que el mas fuerte de los pensamientos. Porque pensar no siempre es grato. O las conclusiones que uno extrae meditando sobre la humana naturaleza, sobre la disposición de las riquezas en el mundo, sobre cómo las opiniones suelen estar dirigidas siempre por los mismos, o simplemente cómo es posible que a estas alturas de curso exista una sola guerra en el planeta....

Esos eran lugares comunes, muy dolorosos, pero muy comunes.

Decía que me gusta el atardecer, especialmente sentado en el jardín. Normalmente se tumba en ese momento a mi lado la gata.

Y ayer, mirándola mucho rato, la envidié. Ella no cae en la fácil trampa, sutil, de la palabra "dignas" cuando decimos que son buenas las "dignas aspiraciones".

La gata se conforma con lo que tiene, se con--forma, se adapta, coge la vida como viene, como es... coge su forma-con el entorno, y al no conseguir lo que no desea, no le pasa lo que sí me pasa a mi: no se frustra.

Me suena al nirvana de los budistas, a la ascética del no-desear, de amar lo que se tiene... y nada mas.

Parece que así, dicen, se consigue uno de los bienes mas anhelados: la paz.

 

Menos mal que enseguida el sol se pone y esos perniciosos pensamientos huyen con la brisa que se levanta siempre que se acaba el día.

 Y yo vuelvo a mis insatisfacciones, a mis dignísimas aspiraciones, a mis deseos que ni se cumplen ni se cumplirán jamás... vuelvo a perder la extraña calma de esos minutos, la paz, y de nuevo vuelvo a ser una persona normal, un hombre tremendamente infeliz.

9 comentarios

toi -

los gatos son tigres diminutos
los tigres son gatos enormes

es verdad que todos somos gatos. Y algunos quisieran ser tigres.

Me gustan los gatos, me dejan vivir, hacen como que me desprecian, pero donde se tumban a descansar siempre es donde yo estoy tomando el aire, o leyendo, en su jardín. No se si me vigilan, o me cuidan.
En cualquier caso, le agradezco su cortesía. Respeta mi silencio. Yo respeto su distancia, su porte, su presencia estatuaria, exacta, esencial.
El jardín no sería el jardín. Sería una casa sin gato. Absurda, huera, anhelante.

Bastet -

Un gato me mira:
ni me ha visto ni le intereso.
Un gato pasa a mi lado indiferente:
tiene registrados todos mis detalles,
conoce la velocidad de mis movimientos.
Descubro un gato oculto que me observa:
él regresa al nirvana.
Un gato yace inmóvil bajo el sol en el jardin:
parece pura pereza, pero en ese preciso instante
persiste en aprender para la vida.
Estudia el comportamiento de moscas, insectos y mariposas.
Nunca un gato es lo que parece:
las gatariencias engañan.
Todos somos gatos: las apariencias engatan.

toi -

Tres palabras:
Inmerecido.
Maravilloso.
Gracias.

DRIVER -

SEGÚN YO LO VEO, LA DIFERENCIA FUNDAMENTAL ENTRE TU GATO Y TU, ES QUE TU GATO NO PUEDE ESCRIBIR ESTO, NO LO PUEDE LEER, Y SEGURAMENTE NUNCA SENTIRA NADA SI ALGUIEN SE LO CONTARA.
PERO TU SÍ.
PORQUE SEGUN TU TEORIA,LA GATA NUNCA MIRARÁ CON LOS OJOS ADECUADOS PARA CERRAR EL CICLO DE LA BELLEZA.

Extracto de un capitulo, de un relato,de un amigo. Señor lector, procure leerlo como el que mira una foto.


Capítulo 18 : STROMBOLI

De cada cuatro personas que recogen chapapote, dos representan el cincuenta por ciento.
El veinticuatro de diciembre del 2.002, Juan Sánchez, mariscador y seguidor del Depor, se levantó a las cuatro y media de la mañana.
Se preparó un café muy cargado, cogió el cubasquero y una pala, y se dirigió a su Ría.
Si el año hubiese sido normal, por aquellas fechas estarían en plena faena.
Aquel año no había sido normal, y por aquellas fechas le habían hecho una faena.
De cada veinte toneladas de chapapote extraídas del mar, cinco representan un veinte por ciento.
Si Juan hubiese puesto atención a las noticias de aquellos días, si hubiera leído la prensa o hubiese escuchado las explicaciones de los políticos, Juan se habría cabreado profundamente; él no estaba en disposición de perder su atención. Necesitaba estar concentrado, absorto.
Tan temprano no había nadie.
Mejor -pensó-
Estuvo media hora concentrado hasta que salió el sol. Una hermosa media hora que aprovechó intensamente en conseguir un profundo estado de paz. La mente dentro de ti y mirando hacia dentro.
A las cinco treinta y ocho de la mañana, se descorrió el telón de aquel día de Navidad.
Cuando los primeros rayos del sol iluminaron su playa, la oscuridad dejó paso a una tenue claridad.
Y así, un día más se pudo ver la maldita maldición otra vez.
La playa que ayer estaba limpia, hoy estaba negra.
Juan se esforzó en no perder su estado de concentración, sabía que no lo podía perder en todo el día, sabía que cuando llegaran los militares y los voluntarios el bullicio le podía perturbar.
Así que bajó a su playa, empuñó su pala, miró al cielo con cierta complicidad difusa y empezó a baldear .
Modulaba el ritmo para no agotarse . Necesitaba dosificar sus fuerzas. Precisaba trabajar ocho horas seguidas.
De cada cien paladas, veinticinco son una cuarta parte.
Entre el cielo y la playa, un hombre luchaba para no perder lo único que nadie le podía robar. Aquello que le mantenía vivo. Su dignidad.

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El Gordo explicaba a Jovanni, el dueño del taller Stromboli, que las tetas de la Marta Sánchez erán tan inmensas como las cinco Copas de Europa que el Madrí había ganado seguidas.
“Inmensas, oceánicas”.
El italiano defendía su identidad nacional diciendo que la presencia de Sofía Loren en la historia del cine superaba con creces todo lo imaginable.
“Bella, bellísima”.
Aquellos dos hombres de la carretera estaban cimentando una futura y sólida amistad.
El Gordo miraba el reloj y se preguntaba dónde estarían sus compañeros de viaje.
“Dame una copita Jovanni, que estos pardillos no llegan”.

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El Driver y María estaban repostando en una gasolinera de la Texaco.
Tras unas horas de inquietante oscuridad mental, Driver seguía sin saber cómo decirle qué a María.
La llegada a la gasolinera le relajó. Aquel olor a goma quemada le era tan familiar, que al tropezarse con la bandera del gordo michelín, le saludó con entusiasmo.
“Salud, tío”.
María se dirigió al gasolinero.
“Lleno, por favor”.
La mujer que sabía tocar el piano preguntó por dónde se iba a Stromboli.
El hombre que dispensaba gasolina le explicó por dónde se iba a Strómboli.
Driver supo en ese momento que el tiempo se le acababa.
“Si una mujer coge la iniciativa, estás jodido”, le había dicho el Gordo en más de una ocasión.
“Date por jodido , Driver” – masculló para sí-.
“¿Qué dices? “– preguntó la mujer que amaba la música-.
“Nada, nada, que nos vamos a Strómboli”

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Aquel pueblo italiano a la orilla del mar era blanco.
El mar que bañaba aquel pueblo blanco era muy azul.
Las piedras del volcán que estaba junto al pueblo blanco, que era bañado por un azul muy de mar, eran piedras de un negro tan negro que reflejaban el blanco en el azul, y el azul en el blanco.
María y el Driver pasearon por el muelle, comieron en una taberna y se sentaron en un banco.
En la placita de aquel pueblo blanco de piedras negras, había una iglesia de color iglesia.
Junto a la iglesia del pueblo blanco había un parque de color parque.
En el parque del pueblo blanco con piedras negras había una niña amarilla.
La niña amarilla del pueblo bañado por un mar, de color muy de mar, se les acercó y les preguntó una pregunta de color inocente.
“ Hola, ¿sois novios?”
María miró a la niña e imaginándose la cara de circunstancias que el Driver mantendría en ese momento, respondió a la niña:
“Sí, somos novios”
La niña amarilla se marchó a jugar con su muñeca negra a la plaza del pueblo blanco.
Driver se sintió obligado a decir algo al respecto, pues aquella era la primera noticia que tenía sobre el estado de sus relaciones sentimentales.
El destino le echó una mano, y cuando estaba abriendo la boca para decir algo, aunque no sabía exactamente qué, un estruendoso estallido de campanas verdes rompió el silencio.
La plaza se empezó a llenar de parroquianos severos, de niños arreglados, de señoras de buen y mejor ver, de dos curas, de un vendedor de helados, de una pandilla de adolescentes y de dos familias que endomingadas hasta arriba esperaban a unos novios.
A los pocos minutos, siguiendo la más arraigada de las tradiciones, el novio llegó montado en una jaca. Descabalgó y ató las riendas en el banco donde estaban sentados Driver y Martía.
Se aproximó a uno de los dos grupos de familiares, que apiñados en la escalinata, esperaban ver lo que ya tenían grabado en la mente de tanto desearlo.
El novio, vestido de negro con una especie de traje regional, se acercó al se supone que sería su suegro. Sacó una navaja del bolsillo, se la entregó al padre de su futura, e inclinándose delante de él, le ofreció su cuello con una ligera inclinación de la cabeza.
El suegro abrió parsimoniosamente la navaja, miró al cielo, miró a su mujer, y reprimiendo el claro deseo de cortarle el gaznate a aquel mozuelo que le iba a robar a su hija, sintió que al menos durante unos segundos había tenido su vida en sus manos. Con eso se daba por satisfecho. Guardó la navaja, abrazó al mozo y dejó que la fiesta continuara.
Dentro de la iglesia el cura ofició una corta ceremonia, ya que el padre de la novia, un antiguo brigadista de la Guerra Mundial, había negociado una duración máxima de veinte minutos.
“No piso una iglesia desde el 25 de marzo de 1944; tengo sólo una hija; le doy veinte minutos, ni uno más”.
El cura oficiaba a cuatro mil quinientas vueltas; si en un repecho de la ceremonia bajaba la velocidad, la mirada del padre de la novia le hacía meter tercera y subir a cinco mil setecientas, ya cerca de la marca roja.
Una vez acabada la ceremonia, la gente salió a la plaza y se dirigió a una pradera donde las mujeres de negro del pueblo blanco, habían preparado unas mesas con unos hules rojos.
Driver y María observaban desde el banco.
En un indeterminado momento de una alborotada algarabía, la novia se acercó a la pareja de forasteros del banco, les miró fijamente, se fijó en los confusos ojos del Driver, absorvió la cálida mirada de María, se acordó de cuando llegó a Milán y era una forastera; y como estaba contenta y feliz, se permitió hacer lo que le hubiera gustado que alguien hubiera hecho por ella. Tomó su ramillete de novia, se lo entregó a María con una dulce sonrisa, luego se quedo plantada delante del Driver, y entonces fue cuando ocurrió.
La novia blanca del pueblo blanco le apretó un fuerte guantazo a un forastero con pinta de camionero.
Aquel golpe no aclaró para nada las ya de por sí confusas ideas de Driver, sino que más bien le cabreó, le cabreó profundamente.
María se quedó perpleja, el Driver estaba petrificado y cabreado a la vez.
El novio se dio cuenta del movimiento general que había protagonizado su actual señora, y no se sabe muy bien, si por solidaridad con ella, si motivado por las dos copas de vino siciliano que llevaba ya en el cuerpo, o simplemente por que María estaba como un queso; el caso es que se acercó a María y le apretó, así sin venir a cuento, delante de ciento ochenta invitados, a veintidos minutos de estar casado, y con un par, un enérgico y a la vez sensual beso en la boca.
Las mujeres de negro del pueblo blanco ni hablaban español, ni italiano, ni inglés ni ningún idioma comunitario. Maldita la falta que les hacía. Aquellas mujeres observaban los acontecimientos y reían, reían con la ingenua complaciencia con la que ríe una anciana con sangre latina.
El brigadista de la Guerra Mundial se acercó al Driver con la doble intención de evitar, por una parte, la más que probable reacción de aquel confuso forastero cuya novia acababa de ser públicamente morreada, y por otra hacerle comprender algo que parece ser era muy importante.
Para esa doble función se plantó delante de Driver, cogió un guijarro del suelo y de una forma convulsiva empezó a darse a sí mismo suaves golpes en la frente con el susodicho guijarro. A continuación acercaba el pedrusco a la frente del Driver, y presionándolo sin prisas pero sin pausas, lo frotaba en la frente de aquel muchacho del barrio de Los Angeles de San Rafael, con la sana intención de transmitirle un mensaje de gran trascendencia.
Por mucho que se esforzaba Driver, el mensaje no llegaba a su cerebro; así que se dejó llevar por los acontecimientos, se mezcló junto a María con el gentío, comieron, bebieron y bailaron .
Aquellos parroquianos de Strómboli les saludaban como si fueran paisanos suyos de toda la vida. Les felicitaban con la misma energía con la que felicitaban a los novios recién casados. Bebían y reían con ellos.
Los acontecimientos que siguieron a la fiesta son de imposible descripción, ya que entran directamente en la intimidad de nuestros protagonistas. No seré yo el que se ponga a hablar de noches de vino y rosas; no estoy aquí tecleando para describir lo que pasa entre dos seres humanos cuando la vida se desboca. No, ése no soy yo.
Solo diré que Driver y María se encontraron desayunando al día siguiente en el único hotel que había en el pueblo, en compañía de los novios, y que Driver tenía una enorme resaca .
Una vez que los novios se despidieron, María se fijó que tanto Driver como ella llevaban en el cuello un hasta hoy extraño collar de piedras volcánicas.
María se dirigió al camionero:
“Driver, creo que esta gente nos ha casado por algún rito desconocido para mí”
“María, ¿ no habremos firmado algo sin darnos cuenta?”
“Driver, yo no he firmado nada; de todas formas no me hace falta firmar nada. A mí me vale así”.
Driver se tocó la mejilla golpeada por la novia italiana, se frotó la frente raspada con el guijarro del brigadista, pensó que ya eran muchos golpes en tan poco tiempo y respondió a María.
“ María, a mí también me vale”.
Entre el cielo y la playa, un hombre luchaba para no perder lo único que nadie le podía robar. Aquello que le mantenía vivo. Su dignidad.

P.D. Los gatos nunca recibirán un relato por la cara.
Tu sí.
Y sin ningún motivo especial.
Simplemente por el placer de vivir.

ATENTAMENTE: DRIVER








Casta Niebla -

Me niego a creer que una persona que es capaz de retratar belleza y crear belleza al retratarla con su cámara pueda ser INFELIZ. Pues estoy segura que cada vez que haces click un la camarita, es una gota de felicidad en el vaso, que se derrama cuando aparece el revelado de la foto.
El ser es y el no ser no es, dijo Parménides.
Tu gata tiene la posibilidad de ser, pero de no saber que ES. Vos podés SER e intentar SER MEJOR y tratar de aprender y entender QUE SOS.
Disfruta eso... hay que saber... MEJORAR EL SILENCIO con el sano pensamiento.

jesus Beades -

Gran Gato Panza Arriba. vengo a decirte "qué blog más bonito tienes", para que conste que no sólo me quejo de mis desgargas de youtube, sino que me entusiasmo por el retorno a los ruedos. Lo que me recuerda lo bien que lo vamos a pasar en La Maestranza. Ole tú y tu falaz infelicidad, Toi Gum.

Reailia -

Una de las diferencias entre tu gata y tu, aparte de las evidentes como son que ella anda a 4 patas y además tiene un tacto más suave, es que ella mientras disfruta del atardecer no piensa en lo que es o no es, simplemente ES. Quizás parte del secreto esté en eso, en simplemente ser. Pero parece que eso es lo difícil. Y sin embargo tu gata lo sabe.

toi -

Gracias Teresa... si en el fondo (y en la superficie) lo sabemos.
Lo dificilísimo es aplicarlo... ¿cuando dejar de soñar?

TSA -

Alguien que en este momento no recuerdo el nombre,dejó un pensamiento muy valioso,que viene al caso con lo que expones:
"La felicidad no está en lograr lo que anhelas sino en valorar lo que tienes".